domingo, 12 de septiembre de 2010

Conversaciones

"-Creo que es usted demasiado duro consigo mismo- dijo Friedman, a quien unos días más tarde le había hablado en confianza de sus dudas acerca de la música (......)Esto me huele a crueldad introyectada

-¿Usted cree?- exclamó el Oso, apoyándose contra los barrotes y oyendo la voz inútilmente profunda del doctor, cuyo acento ya casi ni percibía.

-Es natural que el ego de los artistas sea hasta cierto punto tiránico. Incluso Chejov no le permitía a su hermana que se casara. Quería que cuidase de él, que tenía tuberculosis. Todos los artistas son tiránicos, verdaderos monstruos, y por lo tanto normales y dignos de perdón.

-Lo dice porque hizo de diablo y no tuvo suerte.

-Eso carece de importancia -repuso Friedmann-. Padece usted un perfeccionismo excesivo y ha empezado a considerarse un monstruo por razones que son completamente ordinarias.

-Míreme bien anciano. ¿Qué ve de normal en mí? ¿Que clase de historia está inventandose? ¿A que clase de caballo intenta engancharme? Estoy empezando a hartarme de estos discursitos tan interesantes queme suelta.

-Es lógico que ofrezca resistencia -afirmó Friedmann al tiempo que daba un golpe con su pipa contra el borde de la mesa para limpiar la cazoleta y buscaba su petaca. Había asumido por completo el papel de psicólogo. Lo empequeñecía, pensó el Oso.

-Ayúdeme a salir de aquí o larguese."

El Oso llega a casa. R. Z.